miércoles, 4 de enero de 2012

John Allen y los talibanes católicos

Según leo en críticas a John Allen, el término "talibán católico" (ver Los Talibanes católicos) fue acuñado efectivamente por este autor norteamericano. Y también efectivamente, en el artículo citado en post anterior: After 'Taliban Catholicism,' now 'Taliban Orthodoxy'?

Cito: Sin la intención de hacerlo, he generado una controversia en algunos sectores por haber acuñado el término "catolicismo talibán", para describir una tendencia psicológica (el registro puede no ser claro, en cualquier persona real o grupo) en la iglesia de hoy. Yo lo entiendo como el extremo igual y opuesto a lo que George Weigel describe como "el catolicismo lite", esto es, una especie de asimilación con el secularismo.


"Catolicismo talibán", es entonces, una alergia exagerada a cualquier cosa que huela a laicidad, a liberalización, o a la corrupción de la modernidad, una forma de ira de la fe que sólo sabe vituperar y condenar.


Por supuesto, el catolicismo no tiene el monopolio del instinto "talibán"; en realidad, este instinto se asemeja más a una posible distorsión dentro de cualquier sistema religioso. En cierto modo, puede ser especialmente virulentos en las cepas ultra-tradicional y nacionalista de la ortodoxia, como los últimos "Encíclica patriarcal y sinodal" del arzobispo Bartolomé de Constantinopla pone de manifiesto.

Sí, esto lo conozco "una forma de ira de la fe que sólo sabe vituperar y condenar"; asimismo, saben también hacerse la víctima. Al menos, en la blogósfera católica espanola -donde hay miles de ejemplos de talibanes "católicos"- tienen un gran amor hacia la victimización.

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(1) Without really trying, I’ve generated controversy in some quarters by coining the phrase “Taliban Catholicism” to describe a psychological tendency (as opposed, let the record be clear, to any actual person or group) in today’s church. I understand it as the equal-and-opposite extreme from what George Weigel has usefully described as “Catholicism Lite,” meaning a kind of supine assimilation to secularism.

“Taliban Catholicism,” then, is an exaggerated allergy to anything that smacks of secularism, liberalization, or corruption by modernity – an angry form of the faith that knows only how to excoriate and condemn.

Of course, Catholicism hardly enjoys a monopoly on the “Taliban” instinct, which is more akin to a potential distortion within any religious system. In some ways it may be especially virulent within ultra-traditional and nationalist strains of Orthodoxy, as a recent “Patriarchal and Synodal Encyclical” from Archbishop Bartholomew of Constantinople makes clear.

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