sábado, 30 de enero de 2016

Carta de Tamara Agnic

Estimada Presidenta:

Hace poco más de un mes puse mi cargo a su disposición y le agradezco la confianza que ha tenido en mi persona, manteniéndome en él hasta hoy. No obstante, he decidido presentarle mi renuncia, con fecha 1 de febrero de 2016, pues he llegado al convencimiento de que los cuestionamientos oportunistas y carentes de toda solidez técnica y legal, que están entorpeciendo el normal funcionamiento de la Superintendencia de Pensiones y menoscabando su alta reputación institucional, no cesarán sino con mi dimisión.

Esta Superintendencia es una institución proba, con altísimos estándares técnicos y un equipo humano de gran calidad, que ha obrado con la más estricta transparencia y apego a Derecho en todas sus actuaciones.

Por lo mismo, este organismo y sus funcionarios no merecen estar sometidos a la inédita situación de que la ministra del Trabajo y Previsión Social no respete la independencia que la ley consagra a la Superintendencia de Pensiones, llevando un tema de exclusiva competencia del regulador, a convertirse en un flanco de batalla política para el Gobierno.

En lo profesional, tampoco logro vislumbrar las razones de la misma ministra que, en lugar de mantener la comunicación institucional como dictan las formas del Estado, prefirió cuestionar públicamente las decisiones de una superintendenta cuyo cargo es de exclusiva confianza de la Presidenta y que usted ha elegido a través del sistema de Alta Dirección Pública.

Del mismo modo, ha sido lamentable cómo cuestionamientos oportunistas han contaminado indebidamente a la Contraloría General de la República, que se vio conminada a intervenir en un ámbito en el que no tiene injerencia alguna, por la acción de diputados oficialistas que han demostrado un preocupante desconocimiento de cómo opera la institucionalidad y las leyes que ellos mismos han aprobado.

He decidido renunciar, principalmente porque le debo lealtad a la institucionalidad del país y, por supuesto, a usted. Las acciones de los organismos llamados a ejercer potestades públicas no pueden basarse en gustos personales, sino en actos institucionales que resguarden el Estado de Derecho y que le den garantías de estabilidad a los distintos intervinientes públicos y privados. Sin esas certezas, el país caería en la inefable categoría de las economías de baja confianza, algo para lo que jamás me prestaré.

Como funcionaria pública de carrera, que ha servido a cuatro gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría durante 25 años, no esquivaré la responsabilidad de seguir defendiendo ante el Ministerio Público las actuaciones de la Superintendencia de Pensiones y, por sobre todo, de la institucionalidad que ha puesto a Chile en el sitial de estabilidad y respeto internacional con que es reconocido en el mundo.

No puedo dejar pasar la oportunidad, Presidenta, para agradecer el acompañamiento de algunos miembros de su Gabinete, y muy especialmente al ministro del Interior, Jorge Burgos, quien en esta particular coyuntura aportó con una mirada de templanza institucional y de Estado, tan necesaria para evitar daños mayores a la imagen del Gobierno.

Agradezco el honor de que me haya permitido formar parte de su segunda administración.

Cordialmente, Tamara Agnic Martínez, Superintendenta de Pensiones".

Gracias al Mercurio: Superintendenta de Pensiones criticó en carta a ministra Rincón al oficializar su renuncia

Ver también el dictamen de la Contraloría


sábado, 16 de enero de 2016

Mi primer encuentro con el antisemitismo


Fue en Chile, concretamente en Viña, más concretamente, en Concón. Yo estaba invitada a la casa de la playa de una gran amiga del colegio. Éramos chicas.  10, 11, 12 años.

Para el Año Nuevo, amigos de la familia de mia amiga nos invitaron a una gran fiesta de Año Nuevo en su casa. Era una fiesta familiar, con papás e hijos. Todos afuera, los niños jugando. Éramos todos niños de familias de clase media pujante, descendientes de italianos -mis anfitriones- y la mayoría, descendientes de españoles. Esa típica mezcla tan común en la clase media chilena.

Al dar las doce de la noche. Todos comenzanos a gritar de alegría y a darnos abrazos. Algunos niños se encaramaron sobre la pandereta. También yo. En la casa del lado, había dos parejas de mediana edad (de la edad de nuestros propios papás), sentados, comiendo y brindando, sin pararse, ni gritar, ni festejar. No sé si antes se habrán levantado para abrazarse o no. El abrazo de Año Nuevo -lo sé ahora, viviendo en Europa- no es una costumbre que existe en todos los países.

Los niños que estaban a mi lado, encaramados en la pandereta mirando al patio de los vecinos, que estaban sentados en torno a una mesa, en la terraza de su casa... Los niños comenzaton a gritarles muy fuerte, sin ningún tapujo y como locos: "Judíos! Judíos asquerosos!" Y otros insultos.

Los niños eran tan chicos o más chicos que yo. Al menos los que estábamos mirando a los vecinos sobre la pared que separaba una y otra casa. Evidentemente que yo no grité. No entendía bien de qué se trataba: pensé que era algo relacionado con la Natividad de Jesús, aunque, en realidad, nada que ver, ya que Año Nuevo y Navidad son festividades totalmente diferentes y no relacionadas entre sí.

Sólo había visto películas en la televisión sobre el tema de los judíos durante la II Guerra. Aunque mis papás tenían amigos y conocidos judíos (el médico que me sacó las amígdalas, el arquitecto de mi casa, etc.), la "cuestión judía" nunca fue tema para nosotros. Sólo sé que se decía -un poco en broma- que la familia de mi mamá era de origen judío. Pero nunca fue tema para nosotros, ni en mi colegio, ni entre mis vecinos, ni primos, en ninguna parte.

Aunque yo era chica y no tenía idea de por qué gritaban a los vecinos judíos como si fuera un improperio, no me uní al coro de niños que -cual poseídos- gritaban a los vecinos que parecían no inmutarse. Me chocó esto que vi, me chocó profundamente. Bajé de la pandereta. Los niños seguían abrazándose, felicitándose por el nuevo año, jugando, gritando "Judíos, judíos de m..." y los adultos...

Los adultos no sabían nada. No habían escuchado nada o parecía que no hubiesen escuchado nada. Pero, dónde eprendieron los niños chicos estos prejuicios? Dónde aprendieron estos prejuicios? De dónde sacaron este odio contra los judíos. Detonado por cualquier cosa, por ejemplo por creer que el Año Nuevo es una fiesta cristiana y que los judíos no la celebran. Evidentemente, la confundieron con la Natividad de Jesús.

De dónde sacan los niños el odio, el desprecio, la sensación de que, pueden gritar a los vecinos -hayan sido judíos o no- cualquier grosería e insulto gratuitamente? Muy simple: las aprenden en su casa.

Me quedé pensando si los vecinos de la famila donde estaba invitada no habrían sido tal vez judíos y los niños simplemente, aprovecharon la oportunidad de gritarles lo que escuchaban de ellos en sus propias casas, en el seno de su propia familia. De sus familias supuestamente cristianas, como buenas familias italianas y espanolas.

No sé si sería flegma, no sé si sería idiferencia, no sé si sería indolencia o simplemente pragmatismo, el que los vecinos -al menos, hasta donde yo los vi- no hayan reaccionado a los vituperios infantiles. Me quedó la impresión de que los niños decían lo que sus mayores no se atrevían a decir públicamente, a gritar. Yo -en su caso- no me habría quedado sentada inmutable...

Habla igualmente muy mal de los padres de estos niños chilenos que ninguno de ellos les haya llamado la atención, ni que hayan pedido disculpas a los vecinos. Lo que yo creo que no sucedió nunca, ya que en los días siguientes, no oí ningún comentario sobre el tema y conociendo a las familias italianas, si hubiera pasado algo, lo habrían super comentado y yo lo habría escuchado.

Ahora, a tantos años de ocurrido este hecho, pienso qué mal, qué daño se hace a los niños, a las futuras generaciones sembrando el mal y el odio hacia otras personas... Me acuerdo de este hecho como si hubiera ocurrido ayer... Fue un shock para mí y una enseñanza para la vida. Una enseñanza negativa: de lo que no debe, ni puede ser y de lo que tengo que ayudar a impedir.


jueves, 14 de enero de 2016

Chile es el cuarto país menos productivo de la OECD


Chile está, dentro de la OECD, en el cuarto lugar como país menos productivo. Superado sólo por Rusia, Sudáfrica y México. En otras palabras, el país menos productivo de la OECD es México. El segundo país menos productivo es Sudráfica y el tercero, Rusia (potencia militar; pero sólo militar; en otros planos, un enano).

La productividad está medida en producto interno bruto por hora trabajada. En el fondo, mide cuánto produce cada un@ de nosotros en una hora de trabajo. Habría que preguntarse por qué los chilenos producen tan poco en una hora de trabajo. Habría que preguntar qué se puede hacer para que cada uno, cada una produzca más en una hora.

A mi modo de ver, una de las claves está en el trabajo intenso. O en el trabajo. No en el presentismo, este estar ahí en la oficina o en la fábrica; pero no trabajar. No crean que este es un mal chileno no más, sin duda, está presente en todas partes. Pero en países latinos, me parece que es un mal muy expandido.

El tomar un cafecito tras otro y conversar sin pausa con los colegas o por teléfono. No hacer las cosas inmediatamente, sino dejarlas para después, postergarlas para manana. Perder el tiempo con problemas accesorios.

Por último, yo les aseguro a todos los chilenos que, si se proponen cerrar la oficina a las 4 ó 5 de la tarde e irse a la casa a estar con sus hijos, eventualmente a buscarlos del colegio o del jardín infantil, a cocinar, a comprar al supermercado, a cortar el pasto, barrer la vereda, regar el pasto (en el verano), a conversar con la senora o el marido... En esos casos, les aseguro que automáticamente aumentará su productividad. Primero, porque tendrán que trabajar realmente en las horas estipuladas y no estirarlas eternamante y sin necesidad. Y porque su sensación de satisfacción será mucho mayor. Probemos...?