miércoles, 24 de junio de 2015

Cambiar la constitución sería para Chile un problema mayor


Me gustaría comentar hoy, brevemente, dos aspectos de la entrevista a Bernardino Bravo Lira, aparecida esta semana en La Segunda: "Cambiar la Constitución es el menor problema de los chilenos". Sólo un par de ideas críticas frente al pensamiento del profesor de Historia del derecho de mi Facultad, a quien conocí en Alemania, cuando él me invitó a un Congreso de Historia del Derecho en Tützing, Baviera.

De partida, lo que él dice de la monarquía es complicado. Sin embargo, no hay que olvidar que Bernardino Bravo es historiador y que, en la historia de la humanidad, la mayoría de los sistemas de gobierno (buenos y malos) han sido monarquías. El sistema actual de la democracia, si bien, hunde sus raíces en la Antigüedad, es relativamente reciente. Y se halla -esto pertenece al núcleo de la democracia- en permanente mejora, perfeccionamiento, autocorrección. Sirva esto como una cierta explicación de sus palabras.

De ahí a aceptar sin más, la idea alguna citada por Bravo ("Los americanos no somos para republicanos") y alguna vez expresada por el chileno-venezolano, autor de nuestro código civil. Andrés Bello, hay bastante trecho. Bello explica, anos más tarde, un tanto decepcionado: "Pasó el tiempo de la monarquía en América, porque la monarquía es para países grandes, no para países miserables". Es un pensamiento eminentemente fatalista...

Hoy en día, los países "grandes" y no los "miserables" son regidos, todos ellos, por democracias y no por monarquías. EEUU, Alemania, Finlandia, Australia, Japón y hasta Singapur e India (con todos sus déficits) son democracias y no monarquías. Gran Bretania, diría yo, es pro forma una monarquía; pero su sistema de gobierno de democrático.

Por el contrario, países dirigidos por una monarquía -elegida o hereditaria, según el caso- son Rusia, Cuba, China, Kasajstan, Chechenia, Saudiarabia, Qatar, Bielorrusia (el último dictador de Europa es su presidente, Lukaschenko), Siria (con Assad, vasallo de Rusia), Nepal (hasta el 2008), etc. (1).

Bravo senala que "la Unión Europea agoniza, porque no tiene una cabeza". La UE no agoniza en lo más mínimo. Las medidas frente a Rusia y en defensa de la soberanía de Ucrania, de Polonia, de los países Bálticos, indica lo fuerte que es la UE. Incluso, las medidas destinadas a salvar económicamente a Grecia (con o sin Grexit) demuestran la fuerza de la idea de democracia europea (con su "fuerte" soft power). La UE es un sistema muy eficaz de pesos y contrapesos... (los check and balances de que hablaba Jaime Eyzaguirre).

Europa y los EEUU, Australia y Nueva Zelanda -los países del mundo democráticos- son lugares codiciados, anhelados, admirados... Y lo son, pese a todos sus problemas y deficiencias. La diferencia es que en estos países democráticos, hablamos de los problemas e intentamos corregirlos. Tenemos libertad de prensa y de expresión, tenemos oposición... Y en países "monárquicos" (como los arriba mencionamos), esto no existe: los problemas se esconden y se castiga (incluso a latigazos, como en algunos de ellos) a quien siquiera los menciona. De autocrítica, nada... Por sistema, no existe la autocrítica.

Dice Bernardino Bravo que "las constituciones no arreglan lo que no funciona" y ya en el título que cambiar la constitución es un problema menor.

Yo pienso que la constitución sí tiene una fuerza normativa muy grande y por ende, sí arregla lo que no funciona o funciona mal. La constitución norma, forma, modela, indica la dirección, los principios, asegura los derechos fundamentales y no tan fundamentales, los garantiza... Hay constituciones malas y constituciones buenas. En consecuencia, como toda ley, la ley fundamental, sí puede mejorar o puede empeorar una determinada sociedad, puede hacer mejor al país o hacerlo peor (2).

Es cierto que las leyes nada son sin las instituciones o sin las costumbres (3), sin los hábitos diría yo... Y que una ley que no se vive, no tendrá éxito, por así decirlo... El autor de esta acertada frase es Mariano Egaña, quien fue el principal redactor de la Constitución de 1833 que rigió a Chile durante 92 anos. La idea egañista me parece que hay que entenderla más bien, como un llamado a vivir la ley, a vivir la constitución, a que no sea un texto yuxtapuesto y sin vida, algo impuesto, sino que se hace vida del pueblo que por ella se rige.

La citada (por la periodista, no por Bravo) frase de Portales, según la cual, a esa senora llamada constitución "hay que violarla, cuando las circunstancias son extremas", se refiere más bien a los estados de excepción constitucional e incluso al derecho a resistencia contemplado, garantizado incluso, en algunas constituciones escritas (como en la alemana actual). Bernardino Bravo explica que Portales escribía esto en medio de una crisis política, con respecto a la constitución de 1833 que, en ese entonces, tenía, apenas dos anos, era una parvulita" (Carta a Garfias, 1834). Recordemos que Chile estaba entonces, a sólo cuatro anos del término de la época de la Anarquía o Período de los ensayos constitucionales, como se la llama hoy. Yo me atrevería a llamarla de ensayos institucionales.

Pienso que la aseveración según la cual, el cambio de la constitución es un problema menor es una idea muy peligrosa: probablemente la presidenta Bachelet y los funcionarios de su gobierno, estaban muy felices ayer, al leer en la entrevista a Bernardino Bravo, que da lo mismo cambiar la constitución o no hacerlo.

Entonces, adelante...! Da lo  mismo: dejemos que la coalición de gobierno cambie la constitución... Si total, da lo mismo, no importa, tenemos problemas más grandes... más importantes, cambiarla o no, sería un problema menor para los chilenos.

Yo estoy en descuerdo: a mi modo de ver, cambiar la constitución sería para Chile un problema mayor...

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(1)  Y sus aprendices latinoamericanos, tales como... lo dejo al criterio de los lectores.

(2) Sería apropiado recordar aquí, la ya clásica clasificación de las instituciones de Karl Löwenstein, entre constitución normativa, en que "el traje queda a la medida". Constitución nominal, en que "el traje queda grande". Y constitución semántica que no es más que "un disfraz" y en la que los detentores fácticos del poder buscan justificar su gestión a través del texto constitucional.

(3) Frase de Mariano Egaña (1793 - 1846).


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